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08. CRUCE DE CAMINOS

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Ilustrador: Raúl Campuzano María volvía a mirar el mapa que tenía en las manos con preocupación. ¿Cómo había llegado a aquel lugar otra vez? El mismo claro en el bosque, la misma roca, los mismos árboles. Se sentó por tercera vez en la roca mientras intentaba leer aquel mapa ilegible, aquel mapa que parecía escrito en otra lengua desconocida para ella. Lo lanzó contra el suelo con frustración. ¿Y ahora qué? ¿Esperaba que alguien viniera a rescatarla como una damisela en apuros? No podía ser. Si se había apuntado a la carrera de orientación era para probar que podía hacer las cosas ella misma, sin la ayuda de nadie, ser autónoma por un día, independiente… Por supuesto no había tenido en cuenta que ya le costaba diferenciar la derecha de la izquierda en su vida cotidiana… ¿Qué problemas podía tener en leer un mapa mientras corría por medio del bosque? Ninguno… Optimista, sí que lo era… Miró el cielo azul y claro. No había ninguna nube que manchara aquel tapiz impoluto. ¡Se est

07. EL DESPERTADOR

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“Son las 6.45. Buenos días.” ¿En qué mal momento decidí comprar un despertador parlante? Me resisto a abrir los ojos. Quiero volver a dormir. Me giro y vuelvo a taparme la cabeza con las sábanas de algodón. Qué gusto. Un ratito más. “Son las 6.50. Buenos días.” Buff… No quiero ir a trabajar. Bajo con un manotazo la cresta del gallo que me informa de la hora. Si no me levanto en este preciso instante llegaré tarde. Otra vez. Mi jefe me va a matar. Pero quiero dormir. Y pronto me vuelvo a abrazar a Morfeo.  “Son las 8.00. Buenos días.” Abro los ojos de golpe. Sobresaltado. ¿Las 8? Imposible. ¿Cómo me he podido dormir? Intento incorporarme pero no puedo moverme. Extrañado muevo la cabeza de izquierda a derecha. “Estaré cansado” , pienso. Vuelvo a incorporarme pero mi cuerpo no me responde. Mi cabeza cae como un peso muerto sobre la almohada. Respiro profundamente y “No pierdas la calma -me digo-. Todo esto debe tener una explicación razonable.” Los dedos del pie se mueven le

06. Y ENTONCES LLEGÓ LA LLUVIA

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Hacía calor. Un calor sofocante. De esos calores que no te dejan respirar, que hacen que se te corte el aliento y no permiten llenar los pulmones de aire. Sudaba y notaba cómo la cama estaba húmeda. El cuerpo desnudo se pegaba a las sábanas. Vueltas y más vueltas. Imposible dormir con aquel calor. Los grillos gritaban desesperados. Tenía los ojos cerrados. Quería dormir pero aquel calor. Y más vueltas. Buff… Se sentó en el borde de la cama y se recogió el pelo en una cola alta. Observó su cuerpo brillante. Parecía que acababa de salir de la ducha, pero aquellas gotas eran de sudor. Sudor ácido que la quemaba en sus noches de verano. Fue a la cocina y abrió la nevera. El aire frío le puso el vello de punta. Buscó agua helada y bebió como si hubiera estado cuarenta días en el desierto. Pero aquella agua no la saciaba. La temperatura de su cuerpo no bajaba. Desesperación en su rostro. Encendió el ventilador y se colocó delante. Cerró los ojos y dejó que el viento recorriera todos lo

05. EL ROMPECABEZAS

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Gloria observaba atentamente la fila de cajas ante ella. ¿Cómo escoger? ¡Había tantos! Cerró los ojos por unos segundos pensando que el azar le mostraría la mejor opción. Al abrir los párpados tenía en las manos un rompecabezas de gatitos que jugaban con una bola de lana rosa. Lo dejó en la repisa otra vez. Sólo de pensar las horas que pasaría encajando las piezas de aquel rompecabezas le venía un escalofrío… Para Gloria los rompecabezas eran algo más que un simple pasatiempo, eran una manera de encontrar una calma mental que no podía encontrar de ninguna otra manera. Abrir una caja llena de piezas que esperan a alguien que las encadenara era un momento de felicidad suprema para Gloria y hoy necesitaba uno de esos momentos. Resopló porque no le gustaba ninguno de los que había en el aparador pero cuando ya había decido marchar, los ojos se pararon en una caja medio escondida al final de la repisa. Parecía que hacía tiempo que la esperaba. La cogió y sonrió satisfecha. Era un mapa

04. EL ÁRBOL

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Inmóvil. Sin poder moverse. Atado. Enraizado a la tierra. Preso. Movía las ramas en un intento de imitar a los pájaros que le sobrevolaban cada día. Sin éxito. Envidiaba las nubes que nadaban en el mar azul. Una lágrima de savia le resbaló por el tronco. El tiempo pasaba y con los años el paisaje se le hizo monótono y aburrido.  Algún animal lo habitaba por algún tiempo pero todos acaban marchando. Todos menos él. Frustración. No sentía que aquel fuera su lugar en el mundo pero, por algún motivo que no lograba comprender, sus raíces estaban prisioneras en el suelo arcilloso. Suspiró amargamente. Una liebre le pasó veloz y un escalofrío fugaz le hizo perder la última hoja que le quedaba. Frío. Otro invierno había llegado. Resignado cerró los ojos y durmió hasta la siguiente primavera. La fuerte lluvia y el cielo tormentoso lo despertaron de su hibernación. El suelo se había derretido. Sintió que algo se movía. Sus raíces se sentían libres. Aquello

03. PAZIENCIA

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Paz era la mejor investigadora científica de su campo. Decenas de sus artículos se publicaban en las revistas especializadas más importantes de todo el mundo y eran incontables las conferencias que daba en reconocidas universidades. Un sol cálido entraba por los ventanales de su despacho mientras Paz acababa de redactar los últimos hallazgos en su nuevo proyecto. Sin duda, este sería el definitivo. El que haría que su carrera subiera como la espuma, si eso fuera aún posible… Paz sonrió satisfecha ante la pantalla de su ordenador.  El teléfono la sacó de su ensoñación. Era su asistente que con voz alarmante la informaba que el laboratorio estaba en llamas. ¿Cómo? Paz no daba crédito a sus palabras. ¿Qué ha pasado? ¿Un accidente? Pero, ¿Cómo? Cogió su bolso y arrancó su coche. Meses de trabajo… a la basura. Paz aceleró el vehículo y con cada marcha el paisaje se hacía más borroso. Lágrimas de rabia caían por sus mejillas. Tanto esfuerzo, tantas noches

02. INVISIBLE

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  Ilustrador: Javier Garcia (http://javigaar.blogspot.com) El desayuno esperaba en la mesa. Rápidamente aparecieron dos niños y un marido preparados para comenzar el día. Nadie hablaba porque tenían cosas más importantes que hacer, como jugar a la consola, mirar hipnotizados los  dibujos o leer los titulares del día en el móvil mientras engullían los alimentos mecánicamente. Los tres acabaron a la vez, acompasados, como si lo hubieran ensayado con anterioridad, como si un reloj interno les marcara el mismo ritmo. Un beso, otro y un tercero seguidos de un “¡a las 6, fútbol!, “¡a  las 7, inglés!”, y “no me esperes para cenar”. Tara se quedaba acompañada de silencio. Acabó el desayuno a cámara lenta saboreando la tostada y el café y, ya cansada de buena mañana, comenzó su rutina. Nadie lo sabía pero Tara tenía poderes supernaturales como aquellos superhéroes de los cómics que, de vez en cuando, leían sus hijos. Desgraciadamente no eran supervelocidad o telequine

01. EL RELOJ DEL CONEJO BLANCO

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Ilustrador: Javier Garcia (http://javigaar.blogspot.com) Laia bajaba corriendo las escaleras con un zapato puesto y el otro en la mano mientras hacía equilibrios para intentar ponérsela sin mucho éxito. Se había vuelto a quedar dormida y llegaba tarde al trabajo otra vez. No entendía por qué siempre llegaba tarde a todas partes. Era como si su cuerpo no pudiera seguir el ritmo de su vida. El café quemaba y sólo dio un bocado a la tostada porque no tenía tiempo de acabársela. Cogió el abrigo y cerró la puerta de casa con un golpe seco. El sol la deslumbró y un coche casi se la come al cruzar la calle. La gente corría a su alrededor como si hubiera un fuego o estuvieran a punto de bombardear la ciudad. Sus rostros estaban serios y las facciones eran ferozmente duras. Laia se reincorporó a la marabunta y siguió el flujo natural, rápido y sin pausa. En el metro era difícil de respirar. Una multitud de gente luchaba por entrar pero Laia no tuvo suer